lunes, 13 de septiembre de 2010

¿Quién dirigirá a la oposición?

Por Edgardo Mocca en Debate

Con el paso del tiempo y la aproximación de la etapa electoral propiamente dicha (ya se sabe que en la Argentina todo el tiempo es tiempo electoral) crece la incógnita sobre el mapa político que presentará la oposición. Por ahora, se insinúa la doble escena de la coincidencia en el Congreso, que gira invariablemente en torno del enfrentamiento sistemático con el Gobierno, y la exploración de diversas alternativas de alianzas ensayadas fundamentalmente por el radicalismo y el peronismo disidente.
Parece inevitable, dentro de este cuadro, que los sondeos de opinión vayan despejando el panorama de las candidaturas y sean sus veredictos los que ordenen el territorio opositor. Sin embargo, existen algunas anomalías en este registro, que algunos analistas políticos entienden como el agotamiento definitivo de los partidos y los proyectos políticos. El Gobierno ha conseguido elevar de modo considerable la temperatura política del debate, en correspondencia con la sensibilidad de la agenda que propone. Aquí hay un punto cuya relevancia supera a la de los, necesariamente imprecisos, cálculos que proveen las encuestadoras. ¿Quién tiene la iniciativa, quién establece la arena en la que se ha de luchar por el triunfo electoral?
El kirchnerismo ha capturado una bandera política que le permite establecer una clara divisoria de aguas. Inscribe su batalla central contra los grandes multimedios en una trama discursiva que gira cada vez más en torno al planteo de que las corporaciones económicas, encabezadas por el Grupo Clarín, constituyen el obstáculo central para la profundización de la democracia. Se coloca así, en el lugar de la recuperación de la autonomía democrática progresivamente colonizada por quienes detentan el poder sobre las riquezas y sobre el uso de la palabra. Hasta ahora, la oposición no parece haber registrado la naturaleza de la pelea que está planteada y sigue apostando todas sus fichas a la reinstauración de un clima político parecido al que atravesamos en la época del conflicto agrario. La retórica y los pasos tácticos opositores, terminan por colocar a sus portavoces en el exacto lugar que le tiene asignado el relato oficial: el de voceros y defensores incondicionales de los intereses de los oligopolios mediáticos.
No hay ningún analista de opinión pública que no venga indicando un apreciable cambio en el clima político del país. Importantes franjas de la sociedad argentina tienden a abandonar las certezas apocalípticas que sobre el futuro económico nacional enunciaban los mismos “especialistas” que juzgaban sólida la situación pocos meses antes del espectacular derrumbe de la Convertibilidad.

En correspondencia con ese ambiente menos pesimista, la irritación cerrada e irreductible con el Gobierno ha cedido espacio al avance de un humor más pragmático que prefiere evaluar razonablemente la marcha de las cosas. Hay, sin embargo, otro aspecto que aparece cada vez más resaltado en los sondeos: el hasta ayer inconmovible mito de la credibilidad de los medios de comunicación, se ha agrietado visiblemente. Interesante es la pregunta sobre cómo se produjo esa línea de ruptura. Si fue el programado abandono de cualquier atisbo de objetividad por parte de los productos periodísticos del Grupo Clarín, reconvertidos en maquinarias propagandísticas, o la existencia de un dispositivo progubernamental que ha logrado atravesar la espiral de silencio e incorporado nuevas perspectivas sobre la realidad. Tampoco está claro si esta tendencia, por ahora incipiente, se profundizará y se hará irreversible. Pero su existencia es innegable y proyecta su influencia en el escenario preelectoral.
El rumbo estratégico de la oposición sigue marcado por un temor paralizante. Cualquier vacilación en el desenfreno antigubernamental, puede ser reinterpretado mediática y políticamente como una claudicación ante los Kirchner, y merecer el fácil reproche de constituir un nuevo Pacto de Olivos.
Curiosamente, el portaestandarte de este esquema conceptual no es una candidata que aparezca con un futuro electoral promisorio. Es una dirigente, Elisa Carrió, quien ha quedado claramente descentrada de la competencia sucesoria y, ante cada retroceso, responde con una radicalización de su discurso, que ha alcanzado niveles insospechados de temeridad. La colocación que acaba de hacer del Grupo Clarín como “última muralla de la libertad” en la Argentina es una muestra contundente de que su camino no tiene retorno y tiene solamente dos terminales “posibles”: una, muy problemática, consiste en convertirse en la emergente política de una situación caótica de desastre económico y violencia política; la otra, es el aislamiento político total y la diáspora de la todavía fiel constelación parlamentaria que la rodea. Cualquier sitio intermedio demandaría una moderación de la que, la diputada chaqueña por la Ciudad de Buenos Aires, drásticamente carece.
A pesar de que muchos en la oposición intuyen la caída del estrellato de Carrió, no se deciden a soltar amarras con sus planteos. Particularmente, el radicalismo vive el drama de moverse en un angosto desfiladero: si siguen acompañándola, la credibilidad partidaria puede angostarse hasta expresar solamente a los sectores sociales más encarnizados en su odio contra el gobierno; si se distancian y adoptan una línea más pragmática, temen perder centralidad en la oposición. A esto último hay que agregar el castigo, nada despreciable todavía, de los grandes medios contra esa conducta díscola.
En los últimos tiempos, particularmente después de su ruptura con el Acuerdo Cívico y Social, Carrió ha reincorporado a su discurso, la necesidad de la alianza con un sector del peronismo. Realmente nadie imagina a algún sector más o menos influyente del justicialismo encolumnado detrás de su figura; no sería otra cosa que la aceptación del fracaso en la disputa por el voto peronista. Pero las evidentes dificultades que tiene el mundo del peronismo disidente para encontrar una fórmula de acuerdo político crea condiciones para el sostenimiento en su interior de un antikirchnerismo inflexible. De ese modo, tampoco en el peronismo disidente parece haber lugar para un replanteo inmediato de su táctica.

Como están las cosas, la oposición tiende a perseverar en su ser, en la espera de una reversión del humor social que vuelva a acorralar al Gobierno. Procurará victorias parlamentarias que confieran espectacularidad a su conducta, aunque en la práctica se limiten, en el mejor de los casos, a elevar los costos del ejercicio del veto por parte de la Presidenta. Será la apuesta, por ejemplo, a la credibilidad social que tenga la propuesta de elevación de los haberes jubilatorios a un 82 por ciento móvil de los de los trabajadores en actividad, realizada por una constelación política con escasas credenciales históricas en la materia.
En el medio, estarán obligados a afirmar una “verdad” en torno al traspaso de Papel Prensa, en 1976, bastante difícil de creer. Tendrán que sostener que la manipulación de precios del papel por parte de Clarín y La Nación son derechos adquiridos en una operación comercial libre y transparente, y cualquier intento regulatorio del Estado no es otra cosa que un intento por amordazar a los “medios independientes”. Como libreto preelectoral no promete mucho.
Contar con el apoyo de los principales medios de comunicación ha mostrado ser un activo valioso para fuerzas políticas en ascenso y con personalidad propia. No es ésa la situación actual del Grupo A que, más bien, parece tender a ordenarse detrás de empresarios mediáticos de menguada imagen como recurso que reemplace a una estrategia política propia. Está claro que la figura central de esa política es y será la diputada Carrió.

No hay comentarios:

Publicar un comentario